La Suprema parece que sufre del “virus”: algunos la evitan para no contagiarse. Quizás por eso hubo importantes ausencias en la celebración solemne del día del Poder Judicial. Ahora todos están enconados con el tribunal luego del fallo “Sunland”. Tanto los beneficiados como los opuestos están en el coro de la lapidación.

Cualquier asunto de consecuencias políticas es centrífugo en sí mismo y más cuando la dicotomía del enfrentamiento es amplia. Cuando se lleva a una instancia de decisión, se convierte en una bomba de profundidad. Ahí no vale mucho el liderazgo. Más allá de los razonamientos, de las tesis y de las interpretaciones jurídicas están los intereses. Ningún órgano es absolutamente aséptico y mucho más en ambientes de débil institucionalidad.

Ciertamente la decisión dejó mucho que desear. Sin embargo, fue una decisión orgánica, colectiva y tomada por mayoría de votos con opiniones disidentes. Lo más elegante es siempre la unanimidad, el consenso total, pero resulta difícil de lograr. La regla de la mayoría históricamente se impuso por necesidad. La decisión fue de la Suprema. No ayuda a la crítica institucional categorizar los jueces en buenos y malos, según los deseos y preferencias del opinante.

No hay que derrochar intuición avezada para entender las presiones, las influencias, las cordiales amenazas y las promesas de incentivos que se deben haber movido. De parte y parte, que no quepa duda. Pero ese fue el fallo.

Hay manos que se frotan con este rechazo a los jueces de la Suprema. Hay aspiraciones y proyectos de control más allá de las individualidades. La reforma para introducir la Sala Constitucional muy probablemente se impondrá. El ambiente creado por el fallo ha preparado el terreno.

Más allá del dramatismo exagerado del Presidente de la Suprema, con su visión casi apocalíptica del descarrilamiento de trenes, los argumentos a favor de la Sala en algunos casos no convencen. Se habla de asegurar mayor independencia. ¿Independencia de qué y de quién?

En el proyecto los jueces se aumentan de 9 a 16. Serian elegidos por el mismo Consejo de la Magistratura, con igual procedimiento e idénticas condiciones de elegibilidad (salvo para los de la Sala que requieren conocimientos especializados en el área constitucional). ¿De dónde, entonces, va a salir la independencia?

Por otra parte, ¿se atenuaría en la Sala Constitucional la conflictitividad de asuntos políticos, y su consecuente disparidad de criterios? ¿No será igual que en el “resto” de la Suprema? ¿Serán los unos más “angelicales” que los demás?

Las pugnas intestinas las hemos visto de sobra en la Junta Central Electoral. Volverán probablemente las mismas golondrinas. Es una ingeniería a la que no se le encuentra ninguna amabilidad.

Se argumenta del poder excesivo de la Suprema ¿Por qué, entonces, no se aplica la misma lógica a otro ámbito tan sensible como el de la reforma constitucional? ¿Por qué la decisión de un instrumento de tanta trascendencia política se le deja a la Asamblea Revisora? ¿Porque no se la desconcentra abriendo el órgano y el procedimiento?

© Julio Brea Franco 2009
Florida, USA
Publicado originalmente en Periódico HOY de
República Dominicana
Enero 13, 2009