Pensemos en la Suprema Corte de Justicia. Pensemos que entre sus integrantes existen diferencias de criterios técnicos, profesionales y personales. Pensemos cuando el alto tribunal tiene que elaborar decisiones importantes y de trascendencia, o definir situaciones de su funcionamiento interno y administrativo. Pensemos que cada juez accede a los medios de comunicación, que a través de ellos, expone sus consideraciones y formula sus críticas acremente en contra de sus colegas o de alguno en particular.

Pensemos en la Presidencia de la República. Pensemos que entre los secretarios de Estado no sólo expresan criterios distintos al del Jefe del Gobierno, sino que además ventilan en los medios de comunicación sus diferencias, sus celos, sus pugnas y, más aun, se critican y acusan mutuamente de mal manejo de fondos; o sugieran que lo han usado con fines particulares.

Pensemos en la Conferencia del Episcopado. Pensemos, por igual, que cada obispo opine de manera diferente de la gestión del presidente de la conferencia y que acudan a la televisión o escriban artículos o concedan entrevistas para abundar en denuncias y consideraciones sobre el Cardenal, o que emitan visiones distintas sobre temas considerados indiscutibles para la Iglesia católica.

Pensemos en las Fuerzas Armadas. Pensemos en que sus generales o algún grupo de ellos arremetan contra la institución, que denuncien las gestiones de sus respectivos jefes, o que simplemente emitan sus opiniones y consideraciones sobre lo que debe ser su papel en la sociedad a detrimento de un principio fundamental de disciplina y respeto jerárquico.

Pensemos ahora en las reacciones que se producen en la opinión pública a consecuencia de esas discusiones. Pensemos en los alineamientos que se producen en tono a las partes en disputas, a las defensas y a los ataques que despiertan en unos y en otros, con argumentaciones incompletas al no disponerse de los elementos suficientes para fundamentar y conceder la razón a alguna de las partes.

Vivir y contemplar las situaciones apenas supuestas nos llevaría al infernal estado de naturaleza de Hobbes: el de la guerra de todos contra todos (bellum omnium contra omnes). Un estado de disolución y caos social.

Por suerte a ese punto no se ha llegado en la Suprema, en el Gobierno, en la Iglesia, ni en las fuerzas armadas, a pesar del reciente caso del general. Sin embargo, es eso lo que viene aconteciendo desde hace tres años en la Junta Central Electoral. Una crisis tras otra. De nada han valido los llamamientos a la sensatez de sectores ponderados de la opinión pública. Incluso hasta de los mismos partidos políticos, algo muy singular vista la centrifugación que los caracteriza.

La diferencia de criterios, de valoraciones, de actitudes, de simpatías, de personalidades es consustancial en cualquier agregado social. No son evitables ni deben ser tomados como avances apocalípticos. En democracia es consenso como también disenso. Pero esos procesos en confrontación se ventilan en ámbitos específicos, adecuados y delimitados. Y es esto lo que se infringe, lo que se resiste a entender y lo que se contraviene.

No es que tengamos una Junta esquizofrénica, ni que quienes la integran lo sean. Tan solo es multiceala. Una Junta en la que, sin embargo, abunda el personalismo narcisista azuzado por terceros con difusos propósitos.

Aplaudir a unos o a otros, sin confrontar esta gente a su realidad institucional, es enjabonar la pendiente hacia la disolución institucional. Lo penoso es que ellos lo saben y aun así persisten en seguir destruyendo lo bueno que han podido hacer.

© Julio Brea Franco 2009
Florida, USA
Publicado originalmente en Periódico HOY de
República Dominicana
Julio 21, 2009