Desde los inicios mismos de la ejecución de la reforma constitucional de 1994 se levantaron voces de oposición al arreglo de efectuar, en tiempos distintos, las elecciones presidenciales y congresionales–municipales. Su adopción fue un producto de coyuntura, de negociación y acuerdo político.

A algunos el asunto no le cuadraba: si aquellas fueron elecciones seriamente objetadas, era incongruente que se aceptara el resultado de los niveles congresionales y municipales y se desechara el presidencial. Lo lógico hubiese sido reprogramar las elecciones en los tres niveles. Pero fue ahí donde se encontraron las voluntades políticas.

Hasta aquel entonces la idea de eliminar la simultaneidad electoral estaba en el ambiente. Se quería vitalizar el poder legislativo, tornarlo menos títere del Ejecutivo, con el propósito de estimular la dialéctica de control recíproco que caracteriza la dinámica constitucional democrática. Fueron numerosos los encuentros dedicados a la reforma política y muchos los escritos producidos al respecto.

Si se quería que el Congreso tuviese columna vertebral y la Justicia estrado sin pasadizos, las elecciones separadas eran un buen camino. En el coro estaban también las críticas aquellas al remolque de candidatos que el carro del presidente empujaba a tal punto que el victorioso terminaba siendo el ocupador del poder “mayoritario” en el Estado.

Reflejo de esta tendencia muy anhelada lo fueron los cambios en la boleta electoral: desde una sola, en modelo único (1986), a una única con tres recuadros (1990), al tres boletas únicas, una por nivel (1994) con urnas separadas. Se sembraba la idea de que se votaba en tres elecciones por tres conjuntos de candidatos. Este era el temperamento existente cuando se pergeñó al vapor la reforma del 14 de agosto.

A partir de ella se han conocido siete elecciones: cuatro presidenciales (tres más una segunda vuelta) y tres congresionales-municipales. El 1994 fue el “spartiacque”, la frontera del cambio. La separación trajo como ventaja separar el conflicto post electoral. Cuando se celebraban juntas, el periodo después de la votación resultaba muy pesado. Impugnaciones en una presidencial significa crisis política nacional. Afortunadamente no ha sido frecuente.

Reclamos en las congresionales y las municipales sí lo han sido y asi continúan. La violencia por igual. La granada del 1982, el tiroteo en la plaza de la JCE, en 1986, la decena de vidas perdidas en las del pasado año, son hechos reales. Tanto las elecciones de 1986, 1990 y las de 1994 resultaron aciagas por la espera de definición.

Todas esas experiencias, cuando las elecciones eran conjuntas, fueron sino peligrosas, sí delicadas. Las elecciones presidenciales a solas facilitan considerablemente una más rápida dilucidación de los resultados. Ni se arrastra ni pesa el tiempo largo del conocimiento y decisión de las impugnaciones locales a los Ayuntamientos y al Congreso.

La que se señala no es una razón tenida en cuenta pero se afinca en experiencias tangibles, que por demás, influyen muchísimo en el buen clima post electoral.

Lo del arrastre es relativo. Pretender eliminar o matizar el remolque es una ilusión. Fue una fantasía muy valorizada por jefes de partidos pequeños y progéricos. En cualquier sistema político, sin tomar en consideración su nivel de desarrollo, hay arrastre.

Incluso en un ambiente político tan pragmático como el de Estados Unidos, los partidos fungen como brújula que determinan legiones de electos. Basta pensar en la multiplicidad de cargos electivos en los condados y en los Estados. Es muy común que los electores no sepan ni conozcan mucho acerca de estos candidatos. Por eso se impone el voto partidario.

Que siga habiendo remolque no es motivo para desandar lo andado. Pero hay otras argumentaciones de los que están a favor de la reunificación. Una que atañe al activismo electoral continuo y estéril. Otra a los costos de tanta campaña junta y seguida; y consecuencialmente, a la distracción y “desenfoque” de gobiernos y funcionarios. Este es un efecto retorcido en la realidad política nuestra.

Habrá que seguir en el tema. Sin embargo, ha de decirse que plantear la reconjunción pura y simple de las elecciones, la simultaneidad de las presidenciales y congresionales dejando las municipales perdidas en el océano, no es una solución inteligente.

© Julio Brea Franco 2007
Florida, USA

Publicado originalmente en Periódico HOY de
República Dominicana
Octubre 23, 2007