De la última ronda de elecciones celebradas en la región, las de México, el 2 julio del pasado año, resultaron de las más interesantes. Fueron elecciones muy difíciles. Es difícil y delicada cualquier elección cuyos resultados se proyectan muy estrechos, y el margen de victoria termina siendo muy reducido. En el escenario entran entonces la suspicacia, la ojeriza, la sospecha de manipulación cuando de lo que se trata es de puntos y décimas porcentuales. Cualquier administración electoral es puesta a prueba, y si no es buena ni sólida, entra en crisis. Resultados estrechos es un terreno adecuado para el fraude.

Este parece ser un aserto general que toca a todos, no importando el grado de desarrollo electoral y aceptación institucional. Las presidenciales norteamericanas del 2000, en la Florida, quedaron marcadas indeleblemente por más que las investigaciones realizadas a posteriori por organizaciones no partidarias evidenciaran que aun contando los “undervote” (los votos en blanco), Bush había ganado el conjunto de los delegados del Estado al colegio electoral de entonces. Lo mismo ocurrió en las últimas elecciones italianas cuyo resultado fue reconfirmado en los tribunales como respuesta a la inconformidad del Cavagliere Berlusconi.

México pasó la prueba con las máximas calificaciones demostrando que en eso aprendieron muy bien del pasado. Todavía deben los mexicanos considerar otros aspectos: las elecciones brasileñas, las ecuatorianas y las peruanas, por mencionar apenas tres, mostraron la utilidad y bondad de la mayoría absoluta y la doble vuelta. Las tres arrojaron, en su primera ronda, una competición bastante cerrada que no causó colapso alguno precisamente por que se imponía una segunda. En México la situación hubiese sido distinta si hubiera esa regla. El ballotage tiene ese efecto, generalmente poco ponderado y valorado. Es mucho mejor una segunda elección que una crisis de legitimidad producto del cuestionamiento y la duda.

México demostró lo importante que es contar con una organización electoral adecuada, eficiente y profesional. Evidencio lo fundamental que es disponer de órganos funcionales especializados y por cuyas acciones y realizaciones -no por sus declaraciones, decires y promesas- gozan de respeto y credibilidad. El cómputo electoral fue consistente como mostró en el recuento ordenado por el Tribunal Federal Electoral de un número considerable de Casillas (Mesas electorales) y del re-examen de sus actas. Fue grande la ecuanimidad que demostró el IFE para sortear la avalancha de acusaciones y demandas en los largos “plantones” de López Obrador, candidato perdedor.

El perfeccionamiento de la administración y justicia electoral en México no data de mucho: el diseño de la actual configuración institucional se implanta en la reforma política de 1990, luego mejorada en tres ajustes posteriores: 1991, 1993 y 1996 México es un estado federal y sus elecciones son organizadas y administradas por el Instituto Federal Electoral (IFE) y juzgadas por el Tribunal Electoral Federal (TRIFE). El modelo es bicéfalo, con dos cabezas distintas: una para la administración de las elecciones en sentido amplio, la otra de carácter contencioso. Por su integración y composición, los partidos tienen presencia activa en la dirección que, sin embargo, esta fundamentada en un servicio electoral profesional. Existe y funciona la carrera electoral lo que conlleva la ausencia de situaciones de favoritismo y nepotismo como las que se denuncian entre nosotros.

La transparencia la logra el IFE con una política informativa excelente: todo puede ser consultado, nada es secreto. Un ambiente que contrasta con el de la JCE en que, aun en los años que corren, presenta la inexplicable negativa a publicar las actas del pleno cuando la cámara administrativa tiene otra actitud y mayor apertura. Ser transparente es dejar ver, no tener secretos ni esconder nada. Es ofrecer las explicaciones de lo que se hace. La esencia de las relaciones públicas no son las medias verdades: es hacerlo bien y dejarlo saber. Simplemente.

La administración electoral no puede ser narcisista ni susceptible. Hay que hacer, luego evaluar críticamente. Ya el IFE realizó sus eventos de auto evaluación en un esfuerzo conjunto de la institución y analistas y académicos extra-muro, de manera plural, diversa con la participación de todos los puntos de vistas incluyendo la de los partidos.

Es un modelo a ponderar y tener en cuenta si es que se decide ir más allá de cambiar el mecanismo de designación de la JCE.

© Julio Brea Franco 2007

Florida, USA

Publicado originalmente en

Periódico HOY de

República Dominicana

Febrero 13, 2007