La democracia no fracasa por más que lo afirmen los abogados del autoritarismo y los partidarios del nunca. Los que fracasan son los actores que pueblan el escenario político. Chávez más que causa, luce un efecto del agotamiento de una clase política anquilosada, corrupta y degenerada, y de un sistema de partidos incapaz de dar respuestas. El Pacto de Punto Fijo sirvió de mucho, y por varias décadas, para la estabilidad de Venezuela. En el trajinar del tiempo el liderazgo se tornó miope y sordo; incapaz de renovarse a si mismo y de resintonizarse.

La democracia no fracasa pues es tan solo una manera de organizar un sistema político en base a un mecanismo de sucesión política afincado en elecciones periódicas, en el control recíproco de los órganos que ejercen el poder, en la garantía de las libertades negativas y positivas. Eso es en lo fundamental. Lo demás le compete a las fuerzas políticas y al liderazgo. A su vocación, a su misión, a su arrojo para producir cambios y propiciar las condiciones de un desarrollo de la sociedad en sus necesidades básicas y vitales.

Si la democracia hubiese fracasado no habría sistemas políticos que la conservaran, valoraran y profundizaran. Desde hace mucho tiempo -en particular, a partir del segundo post guerra del pasado siglo- impera una atmósfera de demolatria, de entusiasta adoración democrática.

Hay razones suficientes. Con democracia se ha producido desarrollo, avances en la convivencia social, se ha registrado el avance del conocimiento, el florecimiento de las artes y la cultura estimulando la creatividad, el ingenio y la iniciativa. La libertad se ha demostrado ser un ingrediente esencial en la vida y en el crecimiento espiritual y material de los seres humanos.

Todos esos logros, alcanzados con ese modo de organización, y por el ambiente que le es propio, no son la democracia. Los cambios lo han realizado los hombres y las mujeres, el liderazgo y las luchas y los desvelos de los pueblos. Obviamente, que hay condiciones sociales y económicas que ayudan y estimulan la adopción y permanencia de la democracia. El movimiento ha sido en espiral: más y mejor. Lo que nos dice que más que un resultado la democracia es un imput, una entrada.

Los sistemas políticos son históricos. Han estado y se encuentran en una continua dinámica. Hay países más desarrollados y más consolidados en la democracia que otros. La democracia empírica, la real, no evidencia el mismo grado de desarrollo y realización. Hay mayor o menor experiencia en el vivir democrático. Muchas veces olvidamos esto y nos emborrachamos con un perfeccionismo que, como idealización, nos hace sentir siempre atrasados. La democracia real no compite ni puede, con la democracia ideal.

En América Latina, y en nuestro país por igual, la democracia ha incrementado las posibilidades de acceso y alternancia en el poder de las fuerzas políticas prohijadas de nuestras sociedades. Hoy día no existen ya vetos ni siquiera para los radicales de antaño. Las elecciones constituyen por antonomasia, el mecanismo de sucesión del poder.

Más que obstaculizar el acceso al poder de los “peligrosos”, hoy llegan más fácil. Me refiero a los Morales en Bolivia, Flores en Ecuador y Ortega en Nicaragua; hay más permisividad. En los países nuestros las demandas para colmar y cubrir tantas necesidades mínimas, carencias y problemas con recursos en extremo limitados constituyen la mejor cámara para la moderación y el realismo. También para el fracaso. Vivimos una época en donde es difícil hacer milagros.

El pueblo llano tendrá que aprender que la solución no está en los milagreros, en los arrogantes con dinero ni en los hombres fuertes que solo provocan mayor arbitrariedad, abuso, latrocinio y atraso. La democracia no fracasa. Fallan los que actúan en ella. Solo será con ella que podremos seguir buscando. Es cierto que devora ilusiones pero invita a madurar.

© Julio Brea Franco 2007

Florida, USA

Publicado originalmente en

Periódico HOY de

Republica Dominicana

Enero 23, 2007