Sucedió lo de otras veces. Mucha fantasía entorno a lo que sería la alocución del Presidente y luego críticas, decepciones e inconformidad sobre lo que finalmente dijo. Las expectativas resultan equivocadas porque no se quiere entender que hay estilos, maneras de pensar, prometer y actuar que deberían ser harto conocidas. Nuestro presidente no es persona de contundencias, de decires dramáticos ni de acciones enérgicas aunque fueran necesarias.

Y también vuelve a suceder que desde la acera de enfrente impera un negativismo que raya en lo soez. Las críticas –si es que lo son- son tan genéricas y hueras que carecen de credibilidad. Y eso, junto al canibalismo y la pugnacidad irrelevante dentro de las “oposiciones”, contribuyen a alimentar este status quo tan desesperanzador en el que nos movemos. No hay opciones que no sean las ya gastadas. La circulación de las elites políticas va a cámara lentísima. Leonel Fernández es una excepción. Ha sido una de las pocas figura fresca en un mar de tanto “lo mismo”.

Ya se ha dicho: en el país se ha perdido la capacidad para el asombro. Lo excepcional se ha convertido en lo cotidiano. La secuela de escándalos ha sido sostenida. Escándalos que en otros tiempos y en otros contextos tiene potencia para desatar verdaderos terremotos políticos, pero por estas latitudes nada ocurre, todo sigue como si nada pasara.

El pasado año terminó con indignación, con aquellos indultos que significaron una bofetada al castigo de la justicia. No pueden haber razones de “humanidad y compresión” cuando está en juego la credibilidad en la justicia, tan en bancarrota entre nosotros.

No se entiende cual es el grado de compromiso en la “revolución democrática” del Presidente. Esas cosas no se llevan a cabo con palabras. Se ejecutan y respaldan con los hechos.

Desde hace tiempo se viene siguiendo con mucha preocupación y sintiendo mucha angustia respecto a la seguridad ciudadana, cada vez más debilitada. A diario se pueden recabar evidencias macabras de un auge de la delincuencia, la criminalidad y las secuelas del narcotráfico. Por más que se trate de convencer con estadísticas, con comparaciones internacionales, lo que acontece no es sencillamente una “percepción”.

Con lo de Paya, lo de Puerto Plata y lo de Parmalat ha transcurrido tiempo suficiente para haberse empleado a fondo, con decisión y de modo sostenido, con profilaxis y desmonte de los enclaves criminales que actúan en nuestros cuerpos armados y en la policía Nacional. ¿Donde están los decretos? ¿Dónde está la evidencia de que “no le tiembla el pulso”?

El Presidente Obama, en Estados Unidos, sin proponérselo se está convirtiendo en una presencia comparativa bien incómoda. Su estilo, su manera de acercarse a los problemas, ofrece un punto de referencia y parangón para muchos países. Obama no minimiza los problemas. Los presenta con crudeza, advierte sobre su profundidad y no se desgasta echándole la culpa a los anteriores. Plantea soluciones siempre conscientes que los gobiernos no son para hablar de ellos sino para actuar resolviéndoles. Para eso se eligen los presidentes y los gobiernos.

© Julio Brea Franco 2009
Florida, USA
Publicado originalmente en Periódico HOY de
República Dominicana
Marzo 3, 2009