Lo que dicen los políticos camino a unas elecciones, en la campaña, no puede ser tomado demasiado en serio. Son afirmaciones y argumentaciones que no suelen ser objetivas pues lo que procuran es simplemente entusiasmar, confrontar, atacar o confundir. Solo en ámbitos reposados es posible razonar y convencer con planteamientos teóricos y experiencia histórica.

Desde antes de iniciar su procesión electoral en el 2006, el Presidente Fernández dejó ver su intención de propiciar “cambios profundos” en la estructura político-institucional mediante una reforma a la constitución. Ya desde entonces insistía no en una “constituyente” sino en una asamblea revisora.

Según sus decires de entonces, había primero que pulverizar la “tiranía de una mayoría momentánea en el Congreso, que impone su voluntad; que es legal pero no legítima en el sistema democrático”. Se refería al PRD que al 2006 disponía del 56% de los escaños cuando el PLD controlaba el 23%y el PRSC el 21%.

El mayo de 2006 cambió la cara de la moneda. Ahora, el PLD controla justo el mismo 56% del Congreso mientras que el PRD cuenta con un 31 y el PRSC con el 12%. La situación, en términos de aritmética parlamentaria, es exactamente contraria a la anterior.

Si antes había cuantitativamente una supuesta tiranía del PRD, ahora también la habría pero del PLD. Claro, eso es en términos numéricos. No necesariamente tener mayoría conduce al uso, al abuso y al despotismo congresionales.

La dicotomía mayoría -minoría se aplica en contextos distintos. En el ámbito electoral no puede hablarse de dictadura y menos de tiranía. Lo que se aplica es el principio de mayoría: gana más quien cuenta con mayor votación. Pero los votantes son conglomerados y la multitud no es la que gobierna. Obviamente pueden cambiar a los que gobiernan pero no hacerlo directamente.

Del momento electoral lo que deriva es una distribución política en los órganos representativos.
Y es precisamente en ellos –en los sistemas parlamentarios- donde frecuentemente actuaba la perversión despótica de la mayoría: paralizaban Ejecutivos empujándolos a las crisis. En Filadelfia el “despotismo electivo” que preocupaba a Jefferson y Madison se resolvió con la separación de poderes y los frenos constitucionales. Ningún gobierno presidencial ha sido paralizado por el Congreso. Es otra lógica y otra ingeniería.

Tanto en los Congresos como en los Parlamentos desde dentro, se “inventaron” garantías para que la minoría hiciese valer sus derechos: las mayorías parlamentarias constituyen una de las herramientas para lidiar con el peligro de la imposición de cualquier mayoría arrogante.

La cosa es simple: Se colocan asuntos que para ser decididos es obligada la negociación y el compromiso. Como son mayorías altas – poco probable que cualquier bloque disponga de tantos votos. O se habla y se acuerda o nada se hace. Para eso son las mayorías.

El mecanismo de reforma constitucional que tenemos no ofrece garantías suficientes a la minoría; menos aun induce a la negociación obligada.

Estableciendo para la votación una mayoría más calificada en la Asamblea se podría salvar esta reforma de la imposición. Más acá de la Constituyente, que es donde radica el cortocircuito.

© Julio Brea Franco 2008
Florida, USA
Publicado originalmente en Periódico HOY de
República Dominicana
Octubre 14, 2008