Quizás el Presidente se sentiría más cómodo actuando en un sistema distinto al que tenemos. Si hubiera meditado antes de someter su proyecto de reforma a lo mejor habría incluido el cambio del sistema presidencial por uno parlamentario. De esa manera podría fungir como Jefe de Estado y no del gobierno.

Dispondría de más tiempo y menos presiones críticas para realizar sus viajes y asistir a los seminarios y cumbres que gusta participar. Para los asuntos internos dispondría de un Primer Ministro quien asumiría la responsabilidad de bregar con las cosas desagradables que le quitan tiempo. Tiempo precioso en su continuo pensar en seguir, expresión de su pasión para estar y no tanto de mandar y resolver.

A ese Primer Ministro, por ejemplo, se le podría exigir no usar la pirotecnia verbal, el hablar de tantas cosas que ni importan ni impactan en la cruda realidad. Tendría que asumir todos los asuntos conflictivos y hacer los anuncios desagradables. Podría ser cambiado cada seis meses y tendría que asumir la culpa de todo, reservando únicamente lo bueno para ser agregado al currículo político del Presidente. No parece esa una mala opción en este tiempo de decepción.

Se habla mucho del pesimismo con el que culmina este 2008. Pero no es por la crisis económica global, que aun no ha apretado tanto para lo que se espera. El grueso de los asuntos, que crean la sensación de que estamos y andamos mal, no viene de fuera. Es de cosecha nuestra. De un hacer, y de un no hacer, del líder del gobierno, sobre el que recae toda la responsabilidad política. El ser Presidente implica eso.

No hay segundas ni terceras reelecciones que no agoten el personaje y que pueda soportar un país. El Presidente tuvo la oportunidad de salir del Palacio por la puerta ancha para volver después, quizás, y reentrar por ella. Se le dijo, se lo dijeron en su partido, en la oposición, y mucha gente sensata. Nada valió. La forzó con tantos recursos, dádivas y compras que en tan solo cuatro meses y medio de reeditar su Presidencia transita en la desilusión, descreencia y decepción.

Pese a las pasiones que suscita, la reelección es maldita. Acaba con los liderazgos, con la imagen, con el entusiasmo. Los imprescindibles piensan que en sus respectivos partidos y fuera de ellos no hay otras gentes que también pueden. Es una enfermedad multicolor: ninguna casa está protegida.

El Presidente, con una serie de condiciones personales, cualidades y de formación, pudo haber sido el sellador irreversible del pasado. Como parte de una nueva generación pudo encarnar una nueva visión, un nuevo estilo, que con ejemplo y acciones, creara las bases de nuevo paradigma político. Optó por lo fácil. Perdió la inspiración. Quedó entrampado.

Hay motivos para el desánimo mas allá de las sentencias, de los indultos, de la inseguridad que sobrecoge, del aprovechamiento del Estado, de las carencias de servicios, de la falta de ideas, del desinteres y de la indiferencia. El liderazgo nos falla.

© Julio Brea Franco 2009
Florida, USA
Publicado originalmente en Periódico HOY de
República Dominicana
Diciembre 30, 2008